lunes, 16 de mayo de 2011

Sórdido




Había estado coqueteando con el asunto durante mucho tiempo. Esa mañana  había tomado la decisión definitiva. No, no había sido fácil; los argumentos a favor y en contra fueron sopesados, vistos desde todos los puntos de vista hasta la saciedad.

Había decido que aquella situación no podía continuar, tenía que poner remedio a tanto tiempo anclado en la duda, atrapado  entre el deber y la necesidad.

Aclaró los términos de la prestación por teléfono, así como la hora de la cita. Apuntó la dirección en un trozo de papel tras colgar el móvil mientras una sensación de vértigo comenzaba a subirle desde la barriga.

Se preparó concienzudamente: tomó del armario ropa elegante, se afeitó con parsimonia y se duchó como queriendo ahuyentar los malos espíritus.

Salió a la calle casi a hurtadillas, evitando los encuentros y las miradas.  Al llegar a su destino sintió una oleada de sensaciones…suspiró y subió despacio aquel tiro oscuro de escaleras.

Esperó frente a la puerta tras pulsar el timbre todavía estaba a tiempo de dar media vuelta. Una hermosa señorita vestida con un traje ajustado que marcaba sus rotundas curvas le ofreció pasar con una sonrisa pícara.

Al cabo de una hora pisaba la calle con una sonrisa radiante en su rostro. No había sido tan maravilloso como decían unos ni tan sórdido como proclamaban otros: simplemente había ocurrido.

Caminó erguido hacia su casa luciendo su nuevo implante capilar

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