martes, 10 de mayo de 2011

Rydeen 1.0 (1)

En sus ojos había amor, en su gesto lascivia, en su andar aromas secretos; pero su boca escondía mentiras lacerantes.

La luz del sol se diluía sobre la jarra de licor de mandarinas. Ella estaba allí, leyendo poemas de un tal Paul Verlaine. Rydeen se llenaba de olores nuevos, de silbidos desgarrados de las golondrinas negras y de jóvenes de sonrisas amables y camisas blancas. El Ruysm se deslizaba con lentitud acariciando las gabarras cargadas de vainilla y miradas de odio ajeno.
En sus ojos había amor y en su lengua experta sabor a fresa.
Kafka tosió levemente desde la mesa del fondo. Los músicos de la orquestina bebían, entre pieza y pieza, potasio en grandes vasos ahumados.
Unir imágenes de sueños lejanos. Cientos de araña sobre la cara. El último intento para zambullirme dentro de la jarra de licor de mandarina. El cielo tiene un color verde ataúd. Una copa para enterrar   pesadillas inconclusas.
En Rydeen ya se siente el verano. Algunas muchachas bajan la mirada temerosas. Intento descifrar las notas que he tomado sobre el dorso de la cuenta. Ella deja el libro sobre la mesa y espera con sus labios, húmedos, entreabiertos, que algún mortal lleve su aliento prendido de la solapa.
Me sobrepasa la vida. Siento el gusto dulzón de sus caricias; pero dentro de mí algo se quiebra. Pasa un tranvía lleno de anodinos oficinistas. Kafka saluda a Vian antes de continuar leyendo una carta en Falwai.

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