viernes, 29 de abril de 2011

La mañana

Un hombre espera tumbado sobre la cama. Hace rato que el despertador ha sonado. La luz gris de la mañana araña su ventana. El hombre está expectante, aguardando como todos las mañanas desde hace unas semanas.
Aquella mañana, mientas aún tenía los rastros del último sueño pegados a sus ojos, le sorprendió una extraña claridad en su cuarto. Al principio pensó que ya había terminado la temporada de las lluvias, pero al incorporarse vio esa figura resplandeciente a los pies de su cama.
La mujer le miraba  envuelta en una sorprendente luz cálida. Su mirada limpia y serena le hizo olvidar sus miedos. Lentamente la mujer se desnudó despacio, sin lascivia; pero sensualmente y se acurrucó junto a él. Comenzó a besarle y a acariciarle como nadie lo había hecho. Sus cuerpos se fundieron en una sinfonía de movimientos. Al poco rato ella desapareció. Él no supo si había sido un sueño o fruto de algún fenómeno extraño, pero lo cierto es que en la habitación flotaba un inequívoco olor.
Los encuentros se repitieron todas las mañanas. La mujer jamás dijo una palabra. Desde  su boca  sólo salían gemidos, suspiros y jadeos. Él nunca intentó comprender, sólo sentir aquellas oleadas de amor que le regalaban las mañanas porque aquello no era sexo sino puro amor, sentimiento en estado primitivo
Desde hacía unas mañanas ella no aparecía para comenzar el día. Él se empezaba a preocupar, acaso todo había sido una invención de su mente, acaso su soledad comenzaba a jugarle malas pasadas. El hombre se levantó de su cama con ánimo triste y se encaminó a su trabajo donde le esperaba una rutina monótona y gris.
Al regresar de su trabajo había una persona esperándole. Su cara se iluminó y ella pintó la noche con los colores más hermosos. Su voz cálida le susurró al oído  “¿Por qué no has venido estos días, mi amor?”. Entonces él supo que por fin había regresado y que ella jamás se marcharía de su lado

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