martes, 26 de abril de 2011

Gralaw

                 Sigue cayendo la lluvia sobre el páramo. Me han traicionado una vez más. Escucho rumores en la oscuridad que me hacen estremecer. Quisiera huir hacia la lluvia y la luz. El viento parece eterno. No hay tonalidades, no hay rostros.

                   Se acercaban. Faltaba poco para la medianoche. Habían cabalgado toda la noche en pos de él sin que les hubiese importado reventar a sus monturas. Su caballo yacía muerto a tres leguas, no podía rematarlo porque se delataría y no debía romper los rituales. No temía la muerte, más bien la deseaba. Oía el resoplar de sus caballos cada vez mas cerca. Presentía el vaho de sus respiraciones, se encasquetó el yelmo que no se había puesto porque sabía que le alcanzaría por la noche; sabía tantas cosas.

                 Allí estaban, las espadas desnudas, los rostros duros por el acero de sus cascos. ¿Para que huir? Levantó su acero y esperó a sus contrincantes. Sabia que la tercera acometida le mataría, sabia que el recibiría una estocada en el pecho, sabia que no era su hora, sabia que le dejarían un caballo, sabia que todo volvería a repetirse con el siguiente amanecer, como ayer, como siempre; desde que había robado el expediente 765 en Tzaragoza.

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