domingo, 10 de abril de 2011

Falsend 2.0

                        Jugando a callar con los dedos enterrados en su cabellera negra. Luna que ríe, lejos aúlla el océano. Cabellos prisioneros, dedos que se desmayan. Estalló en pedazos. No hay dinero para comprar el silencio de la brisa.
Existen trescientas razones para no destrozar la cara de los relojes dormidos. Alguien solloza y los ñandúes polacos se niegan a saludar a los cometas.
Ciudadanos y tratantes de sueños golpean a un ñandú polaco. No saber el nombre, pero continuar con el juego. Acariciar suave como sus ojos. Un encuentro de estrellas fugaces. Buitres y ciudadanos se manotean las espaldas recordando viejos tiempos.
La luna apaga sueños. Caricias lentas entre la oscuridad del abandono. Música para los sordos que hacen el amor dando alaridos. Un sentimiento recorre la piel fresca, hecha para ser mordisqueada, para ser surcada en nuevas singladuras.
Huele a estancias vacías. Una flor grita y las colinas flotantes cabalgan sobre un océano interminable.
Jugar a esconderse  tras los vidrios empañados. El neon bailotea sobre los cubitos de lluvia. Dolor, angustia y, lejos, unos ojos que atrapan amaneceres. Escaparse entre las miradas nerviosas de los aspirantes a suicidas.
 La brisa dibuja un rostro. Sobran palabras. Quieren engañarnos ocultando las nubes cargadas de deseo. Suave, muy suave como el roce de un vestido que resbala piel abajo. Parecen frescos, suaves, húmedos; hechos para ser besados, la mano se detiene en los cabellos. La luz ahogada de una ola se esconde en la noche de sus ojos.
Piel y viento. Grita el océano celoso. Huyen gaviotas. Relojes que enjugan una lágrima de mercurio. Desean atraparnos antes de que salga el sol. Todavía tenemos tiempo para eludir aguaceros de moras. Los calendarios lo ignoran todo. Agárrate a mi cuerpo.
Viajar hacia un destino conocido sólo a medias.
Poco a poco, la luz. Bosteza la luna reflejada en su mirada. Ellos señalan hacia el horizonte vacío de nubes escarlatas. Antes del ultimo amanecer podríamos brindar con licor de roble y miradas cálidas. Deslizarse suavemente, sin miedo, sin pensar en sus asquerosas manos sobando tu cuerpo, bebiendo tus ojos, ahogando tu mirada de brisa fresca.
Contemplar el suicidio lento de las olas en la playa. Bandadas de palomas enigmáticas cruzan algunos recuerdos. Un velero solitario desafía al sol adormilado. Caen los brazos eludiendo el postrero abrazo.
Dar un trago lento a la copa de licor rododendro. Las manos dibujando ríos sobre tu cabello. Te metieron en un ridículo cochecito color avellana. Ellos sonreían mientras me golpeaban sin ganas, sin odio; cumpliendo el ritual. Tosí y escupí sangre.
Aspirar el aire tormentoso. Dar patadas a los botes vacíos. El océano parecía reírse, le lancé una piedra. Dicen que las palomas ya no devoran rayos de sol, prefieren mecerse en tu sonrisa. Aguardo a que venga la noche para esconder mi tristeza mientras suenan viejas tonadas de amor

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