viernes, 8 de abril de 2011

Falsend 1.3

La lluvia es hermosa cuando resbala por tu rostro y anida en tu cabello. Me gusta beber los aguaceros en tus labios y recorrer tu cuello húmedo de ríos nuevos que se pierden entre los secretos de tu cuerpo.

El chaparrón me sorprendió tomando un licor de claveles amargos, Recordé tu olor bajo la lluvia y salí corriendo. Chapoteaba alegremente  eludiendo a los torpes ciudadanos. Mi camisa pegada al cuerpo, empapada impregnándome de frescor. Lamí las gotas que resbalaban por mi cara. La ciudad sonreía entre charcos y bocinas.
 Llegué rendido al edificio donde decías trabajar. Miré mi reloj que aullaba de placer y me recordaba que aún había tiempo para una copa de licor. Me senté junto al gran ventanal, esperando que salieses para  sorber el agua en tus labios. Estaba contento y le sonreía al chubasco cómplice.
Saliste del edificio agarrada por la cintura de un hombre apuesto. Me incorporé y, cuando iba a cruzar la calle, ese hombre profanó tus labios. No reaccioné, vi tu mirada brillante desde el otro lado de la calle, su gesto lascivo y desmayado, tu cuerpo adaptándose a sus caricias.
Intenté seguiros. La lluvia me golpeaba la cara. Caminabais lentamente esquivando los goterones y, de vez en cuando, deshonrabais nuestro ritual. Una bicicleta me arrolló, al levantarme; derrotado, enfadado y triste os había perdido. Escuché una voz que se disculpaba; era una ciclista de ojos verdes y cintura breve. Decidí que no podía caminar hasta casa y comencé a cojear. La bella ciclista me rodea con sus brazos y nos introducimos en un gran taxi naranja. Resbalamos por la ciudad como en un sueño. Me sorprendí acariciando el cabello castaño de la joven mientras ella besaba mi cuello.
Pasaron lentos días agónicos en los que me perdí entre libros amargos y bostezos alcohólicos. La casa me abrazaba con abandono y tristeza. Me asomaba a la ventana para descifrar el cielo vacío de nubes. Temía que volviese a llover y me encontrase huérfano de tu boca, de tu piel, de tu olor. Me escondía tras los  visillos para vigilar la calle con vanas esperanzas. A veces sonaba el timbre, pero no llegabas sonriendo con picardía;  la mayoría de las veces era la bella ciclista quien acudía para quedarse hasta el ocaso que llenaba la casa de olores cálidos y colores blandos. Yo procuraba desviar la vista de sus labios húmedos y me concentraba en el vaso de bourbon manteniendo viva una estúpida ilusión.
Un día comenzó a llover. El timbre vibró de una manera cálida y conocida. La bella ciclista venía empapada, tiritando; pequeños arroyos caían de su cabello perdiéndose en su cuerpo. La estreché con fuerza para evitar su huida. Me encontré bebiendo su cuello mientras ella arañaba mi espalda. Esta vez se quedó hasta el amanecer. Escuchamos el temporal abrazados
 La mañana amaneció soleada. La bella ciclista se despidió con besos de albaricoque. Fui hasta la explanada para contemplar el concurso anual de cometas. Te vi y no sentí nada. A lo lejos se veían unas nubes púrpura. Te reías de manera espasmódica y la única sensación que tuve fue el aire entrando en mis pulmones. Corrí a refugiarme antes de que llegase la lluvia, buscando el calor de un tazón de cacao en casa y apostarme tras los cristales.
El cielo se abrió y comenzaron a caer los goterones, sólo se escuchaba el repiqueteo de la lluvia contra los adoquines.
Se sorprendió hechizado por el aguacero en el balcón, bebiendo las gotas y supo que jamás había amado a ninguna mujer, que siempre había estado enamorado de la lluvia y ahora la sentía resbalar por su cuerpo, empapándole mientras él buscaba ávido el agua que caía por su rostro.

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