viernes, 18 de marzo de 2011

Invierno

                             Se sentó con cuidado, sabía que le observaban con sus ojillos húmedos y tristes. Agarró el bolígrafo y lo balanceó esperando escuchar murmullos de satisfacción que aprobasen su conducta. 

                              La lluvia golpeaba la ventana. Las luces del puerto parpadean tímidas, abandonadas por los barcos atareados en hacer cosquillas en un Océano hosco.

                               Escuchó el corretear de sus pequeños pies sobre la madera y no pudo evitar una sonrisa condescendiente. El jersey estaba en el armario. Tenía frío. Dijo en voz”: ¡Brrr, qué frío! . Tendré que ir hasta el armario para poder ponerme el jersey.” Encendió un cigarrillo y se quedó un rato viendo la danza de los árboles en la avenida desierta, cansado fijó la mirada en la pared y fue escuchando los pasitos alarmados y el revuelo que se formaba en el armario. Se levantó, ahora podía observar el Océano apartando barcos de su lomo encabritado. La vista fija en el armario, antes de abrir gritó: “ ¡Ahora abriré esta maldita puerta! “. Cogió el jersey y cerró la puerta. La lana cálida olía a manzanas, hiedra y a ellos; se frotó las manos y canturreó aquella tonada antigua que tanto les gustaba.

                      Demasiado frío. Sueños con luces de paquebote, ñandúes polacos, sangrientas cometas verdes, ojos inflamados. El bolígrafo pesaba demasiado haciendo que sus dedos se atenazasen.

                      Los habitantes de su habitación parecían estar muy atareados, sin avisar fue hacia la estufa y la encendió. El guiño del gas arrancó vocecitas de aprobación y suspiros de alivio. Ahora estaban mucho mejor. La lluvia caía con mucha fuerza.

                       El Océano se doblaba sobre si mismo y lanzaba bramidos contrariados. Las farolas, que arañaban la oscuridad, se quejaban al ritmo de los suspiros. La casa estaba silenciosa, agazapada, acariciada por la brisa, acunada por el rumor de ellos jugando a perseguirse entre las cortinas, deslizándose entre la ropa del armario, buscando oro debajo de la cama.

                       Todo estaba en calma. Apenas podía con el bolígrafo. Las cuartillas emborronadas. Silenciosa espera de las campanadas, que caían una tras otra en la tarde turbia.

                        Unos pasos en el corredor. Dejó caer el bolígrafo, recogió las cuartillas. La puerta comenzó a abrirse, incluso ellos callaban. “No ha avisado”·- pensó. Todo su cuerpo en movimiento para poder deslizarse hasta el hueco de la mesa camilla y esconderse antes de que entrase. Sus ojillos húmedos y tristes vieron pasar  los enormes zapatos  cerca de su nariz, escuchó como aquel gran cuerpo se sentaba y decidió dedicar la noche a permanecer atento a aquella voz; no fuese a descubrirle

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